Juanjo el diplomático

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El cardenal Omella con el ministro de la Presidencia Félix Bolaños

 

Ay, Juan José, aquí en Calanda hay quien dice que no duermes o que, si lo haces, descansas más bien poco. Estás del todo entregado a la sublime misión que te ha confiado el papa Francisco: evitar cualquier tensión con el Gobierno al precio que sea. De momento, has conseguido ese obsequioso silencio en el que, salvo excepciones, se ha enrocado el episcopado español, gran proeza tuya, pues has conseguido paralizarlos frente a la corrupción moral y política a la que nos somete la patulea social-comunista de Pedro Sánchez. Tú sabes muy bien lo que te haces, porque tienes vista de lince.


Por eso, tú, Juan José, sigues enhiesto y con la frente levantada, firme en tu convicción de enjabonar al Estado para que las cosas rulen razonablemente. Los cardenales -no sólo los de hoy- sois grandes especialistas en este arte de la más alta diplomacia. El aborto, la eutanasia y el adoctrinamiento polisexual de la infancia son cosas que enfurecen a los fanáticos. Pero son cuatro gatos y no vais a dejar que sean ellos los que os marquen el paso. Hay otros niveles de la realidad que sólo vosotros –los que estáis arriba-  alcanzáis a comprender. El vulgo, en su ignorancia e intransigencia, os exige continuamente enfrentamientos costosísimos y, a la postre, inútiles. Sólo Jesucristo vino a traer división y espada. Vosotros estáis para echar agua al fuego, endulzar la sal, atenuar la luz para que no moleste y apaciguar la tempestad, no con el poder del Cielo, sino con vuestra sublime diplomacia con el que manda. Por eso, Juanjo, tus paisanos te admiramos cada vez más.

Te vimos el otro día en la tele del bar Moderno…  Juanjo amigo, estabas magnífico junto a Félix Bolaños, ministro de la Presidencia. No veas cómo te pusieron los que tú ya sabes. Que cómo no te da vergüenza juntarte con ese tipejo, que fue el que montó el esperpéntico dispositivo de la profanación de la tumba de Franco y machacó hasta al hartazgo con sus presiones a la familia del general. Luego, el tío anunció que iban a  reventar la tumba que quedaba, resignificar el Valle y poner a los benedictinos de patitas en la calle. No les hagas caso, Juanjo, que son unos resentidos. Nos dejaste boquiabiertos a tus admiradores cuando hiciste la brillante jugada de enviar a monseñor Argüello a jurar y perjurar a los frailes que nunca les abandonaríais. Casi lo mismo que el general De Gaulle –comentaron tus detractores-, que prometió a los pies negros que Argelia sería siempre francesa, para dejarlos inmediatamente después a los pies de los caballos…

 

Tus paisanos, Juanjo, alucinamos al contemplar tu buen gobierno cuando diste la orden a tus colegas de callarse la boca y no hablar, bajo ningún concepto, ni del Valle de los Caídos ni de la violación de los acuerdos con la Santa Sede que suponía tamaño escarnio. Estuviste genial. Pero nada, no hay manera. Tus enemigos, venga a recordar que lleváis cuarenta y cinco años con el calzón bajado. Dicen que sería la primera vez que enseñarais los dientes en defensa de la cruz más grande del mundo, que quiere derruir este gobierno social-comunista. Y dicen estar seguros de que no vas a salir en defensa de la cruz, que ya te sacarás algún conejo de la chistera para que todos los obispos te alaben por semejante proeza (vileza, dicen ellos).


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